Posteado por: santiagoburgos | 25 abril, 2017

Cartagena de Indias en el sistema mundial [libro]

En esta entrada va el libro Cartagena de Indias en el sistema Mundial y el texto con el que lo presenté en las XVI jornadas del libro caribeño, en México.

CARTAGENA DE INDIAS2***

Ciudad de México, noviembre 11 de 2016.

Hola a todos y todas. Mi infinita gratitud y admiración para las y los organizadores y todas las instituciones que hacen posible un encuentro tan grato, emocionante y abrazador como este; y a las personas que en específico hicieron posible que yo pudiera estar aquí, pese a mi capacidad para sabotearme a mí mismo con largas sesiones de duda y ausencia de ciertas expresiones oportunas. Confieso públicamente a las doctoras Margarita Vargas y Gabriela Pulido que llegó un momento en que estaba tan avergonzado por esta falta de ‘maneras académicas’, de no saber cómo responder a tan imprevista oportunidad, esta indelicadeza saboteadora, que decidí que solo en persona podía enfrentar la deuda. Es un problema de expresión que sigo cargando, casi una contradicción en mi propio lenguaje que hizo que después de haber sido invitado y dejado estar en este espacio, no supiera cómo estar desde antes de la mejor manera.

No me excuso con lo que viene, pero no quiero dejar pasar la oportunidad para explicar cómo las dificultades que se interponen en mis maneras para estas relaciones tan valiosas y necesarias, fueron parte del proceso que llevó a esta maraña de dudas y el inventario de preguntas contenidas en el libro que me han dejado presentar aquí. Habla de las condiciones en que fue escrito, que es lo único que puedo aportar de más ahora, en primera persona, previo a la lectura que hagan, si es que deciden llevarla a cabo.

Este libro es en principio una declaración de dudas y de intenciones por entender esa ciudad que se menciona en el título. A Cartagena de Indias me une una relación contradictoria. No la soporto, así declaro. Es sumamente angustiante la vida allí -¿Dónde no lo es ahora?- y moverme por sus espacios me es muy problemático. No soy un patriota, por lo que me ha costado mucho encontrar fuentes de orgullo allá. Claro, no nací en Cartagena, así que eso me lo pueden cobrar los amigos y las amigas nativas en algunos momentos. Pero lo que es para mí, lo es en mucho mayor grado para un grueso de la población cuyo derecho a la ciudad está restringido o negado. Y no obstante con esa forma y esas sensaciones que me genera habitarla, tengo la sospecha cada vez más aterradora de que me estoy quedando sin forma de vivir por fuera de su intolerable cotidianidad.

Etelvina Bernal, amiga mejicana del instituto de estudios críticos donde ahora busco combustible para más dudas, me decía que la ciudad luego también te habita. Y mi amigo Ricardo Chica está convencido de que me consumiría si me voy a otro lado; o si la ciudad me deshabitase, digamos. Así que las intenciones declaradas, el deseo de entenderla algo más, está vinculado a esa fricción, a mi relación personal e intransferible con la ciudad y mi necesidad de darle sentido a esta problemática forma de estar allí, donde ahora está también mi hijo, él sí nativo.

El escritor cartagenero Roberto Burgos Cantor (con quien me une un gran afecto) suele decir que no regresa a Cartagena de Indias, el escenario de casi todas sus obras, porque perdería la nostalgia, su combustible creador. Si yo me apropio desvergonzadamente de esa figura, tendría que decir que me tengo que quedar para no perder mi incomodidad combustible.

Quise explicármela de algunas formas distintas antes de esto, echando mano de mi oficio anterior, que es el periodismo; y luego a formas menos problemáticas de análisis, echando mano de referencias legitimadas en todos los grupos de reflexión local. De cada uno de esos intentos hay algunas declaraciones de impotencia y de fracaso. Así como este libro que presento ahora, en principio declaración de dudas y de intenciones, es -en fin- declaración de fracaso. Lo que quería responder me sigue eludiendo, por supuesto. Lo que quedó está allí como resultado de un experimento que tuvo lugar en la escritura que alcancé a ejercer hasta proponerlo en la convocatoria pública de la Universidad de Cartagena en la que fue aprobado para publicación.

Una buena parte del texto fue trasplantada desde mi tesis de maestría. De hecho, fue el mismo título, una de esas cosas que ahora no entiendo por qué quedó. Pero todo, incluso eso, está mayormente ligado al ejercicio del Observatorio de Derechos Sociales y Desarrollo (Odesdo), del que hice parte. Esta fue una iniciativa concertada entre dos organizaciones sociales. Una catalana, llamada Acción para una Ciudadanía Solidaria (Accisol); y una local, la Asociación Santa Rita para la promoción y la educación (Funsarep), que lleva cuatro décadas trabajando por el derecho a la ciudad y formas de imaginarla y transformarla desde los sectores populares de Cartagena, especialmente los que están alrededor del Cerro de la Popa, que es uno de los marcos geográficos del ordenamiento de la ciudad. Funsarep es una convergencia de cuestiones y críticas a las estructuras de relaciones de género, étnicas, espaciales, de clase (una lectura compleja de la clase) que tiene como sumo de su trabajo la voz y el ejercicio de los sujetos populares.

El Odesdo buscaba generar información estratégica para los movimientos sociales y brindar apoyo a las organizaciones sociales de Cartagena en el análisis de los componentes del desarrollo y el derecho a la ciudad. Tenía tres enfoques: género, etnia y territorio. Hablo en pasado porque desapareció como proyecto, para transformarse en el Centro Interdisciplinar de Derechos Sociales y Desarrollo (Cidesd), del que no he podido hacer parte con la misma disposición, por mi vinculación de tiempo completo ahora al programa de Comunicación Social de la seccional Caribe de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

El Observatorio hizo grandes esfuerzos por reventar ciertos mitos que han servido de base indiscutida para el abordaje de las desigualdades en Cartagena. El de más exitosa carrera fue el mito de la ciudad dual, del que el investigador Libardo Sarmiento escribió: “es también mentira, sirve para adornar los discursos de los políticos, burócratas y académicos; alivia la conciencia filantrópica de las élites y apacigua el espíritu popular”. Lo que cuestionaba Sarmiento no era la existencia de una ciudad con desigualdades, sino la gestión de la idea de las dos ciudades para obviar sus causalidades e interrelaciones. Como si la bonanza de unos pocos nada tuviera que ver con la tragedia cotidiana de los demás. Un mito hecho imaginación urbana, proyección, que a fuerza de empujarlo a la materialidad ha conseguido darse forma en el espacio. Cumpliéndose esta segunda década del siglo XXI, Cartagena tiene por fin un norte para ricos y el resto para el resto, detritus.

Otro mito es el de la dependencia neocolonial, que ha motivado a gran parte de la clase reflexiva local a hacer explícita la conexión de la ciudad y el mundo, principalmente a partir de la dimensión hispano- colonial de su devenir. Historia romántica de un pasado esplendoroso o explicación de las condiciones actuales, más allá de su pasado, nunca se han abordado tampoco las interrelaciones para poder entender la globalidad desde y en la ciudad y, por tanto, la posibilidad de construirla desde allí. Para la mayoría de los grupos de estudio de Cartagena, y aquí conecto con otro mito, los problemas de la ciudad están explicados por la mala aplicación de un modelo adecuado, problemas asistémicos, relacionados con la falta de pericia administrativa o los ruidos en la adaptación cultural y social de un buen modelo, que queda así purificado, porque en determinado momento postcrisis (disimulando que la crisis es perpetua) comenzará a funcionar para todos.

Y finalmente está el mito del Capital Humano, quizá el más omnívoro de la reflexión teórica. Todo apuesta a la construcción de capital humano para la competencia en respectivos mercados. Por ejemplo, la relegación laboral de los afrocolombianos en la ciudad ha sido justificada por la ausencia de capital humano; y en general los análisis de causas de la desigualdad regional que conforman la batería analítica de los grupos de reflexión desde hace dos décadas están resumidas en la sentencia del hoy codirector del Banco de la República, Adolfo Meisel: “Todo el que estudie los factores asociados al rezago económico del norte colombiano llegará a la conclusión de que la mayor debilidad de la región está en sus bajos niveles de capital humano”. Sarmiento calificó el imaginario del capital humano como un arbolito de Navidad, al que se le cuelgan todos los problemas de la ciudad.

No se trata el Odesdo, sino del libro que presento aquí, que está vinculado al Odesdo. Pero quería sugerir que una búsqueda que tiene esta base de operaciones necesitaba sacudirse de ciertas metáforas fosilizadas en las discusiones sobre Cartagena. El sentido común, el sentido que ha sido incorporado como común en los análisis repetidos en la ciudad, aquellas metáforas que nos piensan, como diría Emmanuel Lizcano, lleva una premisa que intenté controvertir: la obligatoriedad de leer la ciudad desde el mundo. Desde esa perspectiva, la lectura y las premisas de lectura están bajo la orden de una clase reflexiva específica que se legitima a partir de una cadena de atribuciones mutuas. Quizá por eso en la declaración inicial del libro vi necesario enunciar que estaba pensado y ejecutado desde lo popular de Cartagena, no como objeto de estudio, sino como lugar desde el que se estudia la ciudad y el mundo. Yo no sé si lo conseguí, pero esa fue la intención. Advierto que en ese esfuerzo por sacudirme algunas cosas, creo que muchas se me salieron de la mano y en otras me hice bola. Acaso hay cosas en ese texto con las que ya no estoy completamente de acuerdo y que ya no podría defender con el mismo ímpetu, aunque tenga que responder por todas. Sobre todo porque en algunas hay exceso que ahora podría matizar. Pero también necesitaba el ejercicio, tomar la palabra, gritar la posibilidad y el derecho a exponer la ciudad desde ese lugar desde donde está escrito y del que es al mismo tiempo inventario de la búsqueda. Cada una de sus tres partes lo es.

Una columna vertebral es lo que fui entendiendo de la geohistoria del espacio urbano, como forma espacial humana (dice Harvey) y, por tanto, como materialización de sus relaciones en lo social, económico, político y cultural (para usar los elementos de la sociedad densa de los que hablaba Fernand Braudel). En ese sentido las referencias me fueron sirviendo para frotar estos diagnósticos de Cartagena no sólo con su propia historia y la idea fija de lo que debe ser una ciudad, sino con lo que la ciudad occidental ha sido, de acuerdo con esas referencias. Esta idea de las geografías postmodernas tomada de Edward Soja ha sido hasta ahora la que -según mi experiencia en esta búsqueda- mejor contenía esa posibilidad. Después, como decía, la intención de no leerla desde afuera pudo haber fracasado. Como sea, espero que haya quedado al menos en un encuentro, no una subordinación. Para mí sería doloroso en ese sentido.

Porque yo no estoy hablando en tercera persona de lo popular. Soy un sujeto popular que vive la ciudad desde las condiciones que ello implica. Como mi amigo Ricardo, como la gente de Funsarep, como el universo de amigos y amigas que ahora también la escribe desde sus lugares, que busca explicaciones también estudiando maestrías, doctorados, haciendo tesis sobre Cartagena desde acá desde México, desde Argentina, desde Ecuador, e incluso desde los Estados Unidos pre-Trump, desde nuestros blogs de apenas decenas de lectores; y que intenta, ya no tanto sacudirse violentamente las preguntas pre-elaboradas por algunos referentes de la teoría local, sino aportar las propias desde la experiencia de habitar la ciudad y de cotejarla, frotarla, compararla, hablarla, escribirla, colisionarla con esto que estamos también buscando aquí con ustedes, desde nuestra experiencia de lo popular. Y no podemos negar que sí tenemos referentes para hacerlo, gente que mostró la posibilidad de otros caminos.

Lo que pasa es que en aquella ciudad donde lo intentamos se nos hace difícil. Y conecto aquí con las disculpas que ofrecí al principio. No estamos acostumbrados a ser tan escuchados de forma tan abrazadora. No nos invitan a presentar nuestros libros sobre Cartagena en Cartagena. Hace apenas unas semanas que el Alcalde de la ciudad declaró ante medios que los estudiantes de los colegios oficiales no deberían estudiar filosofía porque eso no les sirve para nada y que deberían concentrarse en otros saberes que les den herramientas para sobrevivir. Para hacer cosas concretas. Por lo que ha sido la administración y asignación de derechos en la ciudad, yo sospecho que se refiere a capacidades de pobres para actividad de pobres en economía de pobres. Herramientas para sobrevivir con los que les toque sin pensar en la estructura de relaciones, en el sistema dentro del que les ha correspondido o se les ha asignado tal lugar. Que no cuestiones el orden sociorracial, sexista, homofóbico y clasista de la ciudad y la dimensión espacial que ha ido tomando desde la primera mitad de este siglo, por ejemplo, cuando además, ha estado particularmente vinculada a unas intensidades de circulación de capital que se absorbe especialmente y espacialmente en el mercado inmobiliario.

Esa declaración extravagantemente honesta del alcalde tiene equivalencia en la asignación de roles para la discusión de Cartagena, de su ordenamiento, de las posibilidades de imaginarla. Unos pueden analizar los asuntos importantes, otros los secundarios. La escucha está bastante determinada por ello. Digo, no estamos acostumbrados a que nos inviten a presentar libros de este tipo. Que lo hagan acá, a unos 3.000 kilómetros de distancia, y de esta forma, todavía nos agarra desprevenidos, aunque desde hace tanto tiempo tengamos referencias de lo importante que es y ha de ser México para muchas voces que encontraron aquí escucha.  Se los agradezco profundamente.

Muchas gracias.

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